Las plantas han sido un acompañante constante en la historia del ser
humano como alimento, medicina, ornato y veneno. En efecto, desde muy antiguo
es conocido que una misma especie vegetal puede tener cualquiera de estas
características, dependiendo su actividad benéfica o perjudicial de la forma de
usarla, así como de la dosis o cantidad en que es ingerida.
A través de la
observación constante, con el paso del tiempo se pudo obtener un mayor
conocimiento sobre este tipo de cualidades y con ello mejorar la seguridad de
su administración. Las plantas en estado natural fueron parte
de la materia médica en todos los países hasta comienzos del siglo XX.
Sin
embargo, por esa época el constante desarrollo científico de la química
permitió ir mejorando el conocimiento de sus principios activos, al punto que
poco a poco se va diferenciando un uso médico docto o académico de otro uso
médico popular de ellas, no siempre coincidentes. A mediados de este siglo
recién pasado a muchos profesionales sanitarios les pareció que la terapéutica
moderna ya podía prescindir de las especies vegetales mismas y sólo bastaba
contar con esos principios activos transformados en productos farmacéuticos,
descuidando el sinergismo existente entre estos principios cuando convivían en
el interior de una misma especie botánica.
El nuevo escenario terapéutico
incluso llevó a más de alguno a pensar que ya no era necesario continuar la investigación
química, farmacológica y clínica de la botánica, ni que era justificado
preocuparse por la situación de los recursos agronómicos involucrados con su
disponibilidad.
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